Malthus (1766-1834), el lúgubre clérigo inglés que diagnosticó que los recursos crecen más lentamente que la población, no sabía gran cosa de historia, ni de eco- nomía, ni de nada en realidad, pero estaba obli- gado a justificar con logomaquias la miseria que padecía la clase trabajadora inglesa en la revolu- ción industrial, pues para eso era financiado por el poder constituido. Ya Carlos Marx se mofó de sus simplistas y abstractas formulaciones pero ahora la gran mayoría de la izquierda, el ecologismo, el feminismo y el anarquismo de Estado son neo- malthusianos: así de triste y ramplón es el tiempo que nos ha correspondido vivir. Así de servil hacia los dictados del capital es toda esa tropa.
Malthus pontificó que los medios de vida crecen más lentamente pero olvidó que, por ejemplo, los recursos puestos a disposición de la flota de guerra inglesa por el Estado británico se incrementaron de manera descomunal durante todo el siglo XVIII, y también en el siguiente, de manera que en buena medida la escasez de subsistencias para las clases popu- lares se explica por la descomunal plétora de pertrechos, marinería, cañones, fusiles, vela- men, herrajes, buques y demás que se dio en ese tiempo.
Si consideramos, además, el auge de los medios de producción, en manos del capital, y el de los tributos, con los que el Estado conoció una expansión meteórica (soldados, policías, educadores, carceleros, catedráticos, recaudadores, torturadores, funcionarios, periodistas, gestores de las empresas de capitalismo de Estado, biopolí- ticos, etc.) tenemos que la escasez que padecían las clases populares no se debía a ninguna «ley» abstracta inventada para la ocasión por un curilla de escasas luces sino al sobre-gasto que el Estado y el capita- lismo estaban realizando para convertirse en mega-poderosos.
Malthus era un farsante. Los que hoy defienden sus argumentos con retórica ecolo- gista, feminista o la que sea no son mejores. Los seres humanos: 1) necesitan muy poco para vivir, con 2.500 calorías diarias les basta,
2) no son sólo consumidores sino también cre- adores, no son solo destructores del medio natural sino también sus más decisivos restau- radores. Por tanto, en condiciones naturales (esto es, no-capitalistas) consumen muy poco, y sin ellos la restauración del medio natural no se realiza por sí misma en numerosos casos, aunque sí en unos pocos. En la península Ibérica hay que forestar las 4/5 partes de su superficie con especies autóctonas, poniendo unos 2.000 millones de árboles. Eso exige mucha gente, gente joven, no ancianos consu- midos. Quienes creen que la naturaleza, a su nivel actual de hiper-destrucción, se recuperará de forma espontánea se equivocan: basta ver áreas que llevan ya más de un siglo devastadasen las cuales la vida no prospera por sí misma.
En mi libro «Naturaleza, ruralidad y civilización» explico los cambios que hay que hacer para lograr un medio ambiente recuperado, y desde luego para ello lo que necesitamos es más población y no menos, como proponen los neomalthusianos, financiados por la Fundación Rockefeller, y por otras similares promovidas por la gran empresa capitalista multinacional.
En efecto, ya no es un secreto para nadie (sí para aquéllas y aquéllos que repiten atroces cantine- las) que el gran capital está en contra del creci- miento poblacional. En algunos países las fémi- nas son esterilizadas al entrar en las grandes empresas sin contar con su voluntad. En «España», en bastantes casos, las mujeres emba- razadas son fulminantemente despedidas, pues el capital quiere que la mujer esté absolutamente a su servicio, no al de sus hijos, por lo que arroja al arroyo a las que se preñan. La persecución de la maternidad es uno de los rasgos más obvios del régimen totalitario en que vivimos, pues la libertad civil más básica, la de ser madre, se niega hoy a las mujeres. La biopolítica progresista y feminista sataniza la maternidad, ensalza el les- bianismo, impone la esterilidad reproductiva, convierte en obligatoria la contracepción, hace odiar a las niñas y a los niños. Tal es la linea esta- tal-capitalista actualmente en curso.
En una sociedad libre, sin Estado ni capital, no puede haber biopolítica, no puede haber restriccio- nes ni imposiciones. Cada mujer podrá, por tanto, decidir cuántos hijos desea tener con completa libertad, desde cero hasta 20 o más. La actual represión del deseo materno perturba y enloquece a muchísimas mujeres, que son en esto víctimas de la perfidia capitalista.
Para ellas el actual Estado feminista ha diseñado un «remedio», los psicofármacos, o drogas legales con que aquél controla, destruyendo su vida espiri- tual, a las mujeres. A todo eso lo denominan las muy bien subvencionadas «emancipación de la mujer»…
Lo que destruye el medio natural no es el «exceso de población» sino el modo estatal-capitalista de producción. Éste es el enemigo a batir. En realidad, la península Ibérica está hoy infrapoblada. Para su recuperación ecológica, económica, convivencial y política, necesita una carga poblacional bastante mayor que la actual, la cual ha de salir de la multi- plicación de las y los autóctonos, no de la afluen- cia de inmigrantes. La inmigración es un robo de personal que se hace al Tercer Mundo para que
los países ricos sean aún más ricos y los pobres todavía más pobres, expolio que se oculta tras la impúdica retórica del «anti-racismo».
Además, una futura sociedad libre, autogober- nada por asambleas y autogestionada no será de abundancia material sino de consumo mínimo, lo que argumento en mi libro «¿Revolución integral o decrecimiento?». Consumir lo menos posible, usar la menor cantidad de tecnología y energía, erradi- car por completo el capital y el trabajo asalariado, vivir modestamente de lo local/comarcal sobre todo, permitirá que haya mucha más población. Mejor dicho, lo exigirá también, pues en ella el apoyo mutuo realizará, con medios técnicos ele- mentales, grandes hazañas si abundan las gentes, por ejemplo poner esos 2.000 millones de árboles, sin los cuales Iberia será un cuasi desierto en solo 50 años.
Necesitamos una población joven, vigorosa, audaz y creativa. Para destruir el capitalismo. Para derrocar al Estado. Para mandar a hacer gárgaras a las y los predicadores de la senilidad, el sexo no reproductivo, los úteros estériles y el colapso demográfico. Para combatir, reírnos, padecer, ayu- darnos, crear un mundo nuevo, unos seres huma- nos nuevos y una cosmovisión y axiología nuevas por medio de una revolución integral. No soy juve- nilista pero ante los apóstoles de la no-natalidad, que nos transmiten los intereses decisivos del capital, me vuelvo devoto de lo joven.
Las sociedades europeas se están desmoro- nando, están acabándose, en parte por el neomalt- husianismo impuesto desde el poder político, económico, intelectual, feminista y militar en los últimos 40 años. ¿Quién las reconstruirá?, ¿ancia- nas y ancianos? No vale la respuesta de importar gente joven de otros continentes, pues eso es robo poblacional, eso es no basarse en las propias capa- cidades, eso es razonar según la mentalidad de los nuevos cazadores de esclavos, ahora devenidos «anti-racistas».
Lo que tenemos que hacer es poner fin al poder de los Rockefeller no seguir sus mandatos en el terreno de la biopolítica: parece mentira que haya que recordar estas cosas. No menos pintorescos son los y las comecuras de oficio que en estos asuntos siguen a pies juntillas a un clérigo llamado Malthus.
Por tanto, seamos animosas y animosos en el erotismo trascendente, en la maternidad y paterni- dad. Lo dicho, «árboles, niñas-niños, concejo abierto y Malthus al pilón de la plaza». Y yo que lo vea.
Me parece bueno el articulo, justo estaba investigando del maltusianismo, ya que en todas partes sobre todo en universidades estan pegados con el aborto libre , y el que critica es tratado de lo peor incluso silenciado,los pro aborto se creen revolucionarios y todo el mundo les compra esa fachada engañosa, da mucha impotenccia el nivel de egoismo y cobardia qe tienen y qe lo hagan pasar ppor algo revolucionario y solidario ,pero en el fondo es el capitalismo impilssando sus luchas para evitar la revolucion y ocultar la lucha de clases